Nelson Goerner se presentará esta noche y mañana en el Teatro Colón
El pianista sampedrino radicado en Suiza, Nelson Goerner, vuelve a tocar en Buenos Aires. Se presentará esta noche y mañana en el Teatro Colón. Como es su costumbre, hará un programa de alto voltaje emocional. Esta vez, guiado por la celebración del bicentenario de los nacimientos de Chopin y Schumann: la Polonesa en Fa sostenido menor, la Berceuse, la Sonata Nº 2 de Chopin y los Estudios Fantásticos de Schumann.
Nelson Goerner viene de tocar el concierto de Scriabin, junto con la Filarmónica de la BBC y en apenas dos semanas lo espera el de Paderewsky, un concierto también conmemorativo, por los 150 años del nacimiento del compositor, para el que Goerner fue especialmente elegido por un comité varsoviano.
Es la primera vez que interpreta estos conciertos. ¿Hay un nerviosismo adicional en este tipo de ocasiones? ¡El estreno es de un nerviosismo tremendo! Es el momento del que desearía poder escapar.
¿Cuál es el secreto para que el desafío no inhiba? Lo importante es no ser demasiado consciente de uno mismo. Si uno se concentra en algo que quiere transmitir, algo que estudió, que analizó y que siente, entonces las cosas se acomodan y la tensión se libera. Hay que ponerse a uno mismo en un segundo plano para que no interfiera la preocupación por el éxito o el temor por el fracaso. Quedarse en la obligación de tener que ser un fenómeno y pensar que ese concierto es importantísimo, impide poder tocar bien. Es un pensamiento sencillo pero enorme a la vez. Nuestra responsabilidad, antes que con el público, es con un mensaje determinado que el compositor nos dejó.
El programa que hará esta noche es bastante denso. ¿Ya lo probó completo ante el público? Lo hice en Montevideo. Es extenuante pero equilibrado. Con la Polonesa entro directamente en materia, con una intensidad viril y muy a flor de piel. Por eso, antes de la Sonata necesitaba el sosiego de la Berceuse, una joya que hay que cuidar porque cualquier acento mal puesto o inflexión exagerada puede destruir.
La Sonata Nº 2 de Chopin es el verdadero plato fuerte de la primera parte…
Tardé bastante en abordarla. Me sentía más atraído por la fogosidad de la tercera. La segunda es mucho más dramática y pienso que tal vez hasta más genial por ese final inaudito en la historia de la música para el siglo XIX. Nunca antes se había escrito algo atonal, años antes de Schoenberg. Un clima abstracto, esencial.
¿Cómo se sigue después de ese final? El de Schumann es un romanticismo diferente y los Estudios Sinfónicos son también conclusivos, terminan en esa marcha tan “schumanniana”. Se trata de un jolgorio liberador.
Fuente: Diario Clarín.